El juego
simbólico se da a partir de que los niños disponen de la función simbólica que
es la capacidad de evocar un objeto o un acontecimiento que no está presente, a
través de algún sistema de representación: gestos, imagen mental, lenguaje,
dibujo, acciones significantes, juegos de ficción...
Los primeros símbolos o signos
representativos del niño son los que hacen posible el desarrollo de sus
sistemas de representación; uno de estos signos es, por ejemplo, cuando el niño
hace “como que bebe” de una taza vacía para representar la acción de beber.
Según Piaget,
el origen de los símbolos se encuentra en el desarrollo de las capacidades
cognitivas. Así, para acceder a la función simbólica, el niño debe haber
adquirido previamente la “permanencia de objeto”, es decir, ya no precisa tener
objetos presentes para poder actuar con ellos puesto que ya posee la capacidad
de evocarlos mentalmente.
Para Vigotsky en cambio, el origen
de los símbolos está en el desarrollo social y comunicativo. El niño ha de
moverse en un mundo social, relacionarse y comunicarse con otras personas con
las que ejercitará e intercambiará los símbolos que vaya adquiriendo.
Por ello, las experiencias
emocionales y afectivas entre el niño y los otros son muy importantes para el
desarrollo de la función simbólica.
Entre ambos
autores, dan una visión completa del origen y desarrollo de la función simbólica,
Las primeras actividades con intención comunicativa las realiza el niño entre
los ocho y los doce meses y siempre en presencia del objeto al que se refiere.
A lo largo del segundo año los niños
comienzan ya a referirse a objetos y situaciones que no están presentes por
medio de símbolos: las primeras palabras, los juegos y acciones de carácter
simbólico, ciertos gestos representativos que emplea para comunicarse,
imitaciones que realiza de los adultos...
Estos primeros símbolos poseen una
serie de características:
·
Son conductas perceptibles para un observador ajeno al
niño y, de esta forma el niño logra
comunicarse con otros.
·
Consisten en asociaciones simples entre los objetos
cotidianos y las acciones que los niños realizan con ellos, y están sujetos al
contexto, ya que lo necesitan para hacer inteligible su significado.
A medida que la acción simbólica se
enriquece, los símbolos van perdiendo de vista al objeto porque la mente va
siendo capaz de evocarlos y organizar su representación por medio de gestos y
palabra.
Durante
el juego el niño interpreta a su modo las experiencias que va teniendo,
establece sus propias reglas, generalmente para sí mismo y con ello, dice
Piaget, va asimilando y aprendiendo y, al estar libre de las exigencias de
acomodación al contexto y de dar explicaciones a los otros, puede dedicarse a
representar objetos, acciones o situaciones por puro placer lúdico. Es por todo
ello, por lo que el “juego simbólico” se convierte en un mecanismo básico de
descontextualización y de desarrollo de la función simbólica.
Desde esta posición piagetiana se le
da a la función simbólica una importancia asimiladora y lúdica ya que, mediante
acciones, gestos, palabras y juegos, los niños exploran, organizan y afianzan
sus conocimientos sobre el mundo físico y social en el que viven.
El Instinto del Juego El juego de 2 a 3 años
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